Saliendo del laberinto

No podía apartar la mirada de su rostro, me atrapaba la severidad que habitaba en él. Sentía que el dolor lo había tomado cuál figura de barro e iba esculpiendo cada facción, cada sonrisa, hasta que todos pudiésemos reconocer al autor de tales atrocidades.

Tan joven i a la vez tan adulto por la vida, quizás el tiempo acelerado había querido cobrarse lo que en otros no había podido y le había tomado a él como el que pagaría todas las cuentas pendientes. Había condensado todas las malas experiencias que uno debe vivir en ese cuerpo que tan solo llegaba a la veintena.

Su entorno que decía quererle lo miraba con miedo, temiendo quizás que la mala fortuna fuese una especie de infección que se contagiara con la simple compasión de quien da un abrazo en un mal momento.

Él, cada vez más solo, se adentraba en un laberinto del que el propio sol huía en cuanto se le cumplía la hora de trabajo. Buscando dentro de él algo que nunca encontraría y encontrando somníferos para la frustración que lo perseguía en cada esquina.

Así fue como se adentró en un mundo muy peligroso, el de la morfina para vivir, buscando lo que su padre chillando nunca le había dado, lo que su madre le quitaba cada vez que le decía como le había decepcionado, el calor que nunca sintió al combatir un problema.

Fue entonces cuando perdió el norte, el sur i la brújula, puesto que para adormecer esas emociones que le causaban tal suplicio pasó a estar más dormido que despierto, más apagado que vivo. Él sabía que no podía permitirse sentir la brisa en la cara, el calor del sol, no podía volver la superficie porque la marea era demasiado fuerte y él estaba tan débil para luchar que cada vez que parecía acercarse a la orilla volvía a consumir aquello que le llevaba mar adentro otra vez.

Cuando ya nadie daba nada por él, cuando se resistía a salir de ése mar salvaje y violento, fue cuando le encontré. Me miraba desconcertado puesto que hacía mucho que nadie le tendía la mano. Con mucho esfuerzo logramos salir de ese océano, empapados los dos hasta los zapatos y agotados por el esfuerzo nos tumbamos en esa orilla.

– Estoy tan perdido que no sé si lo lograré, pero al menos veo las cosas claras otra vez – me dijo avergonzado.

– No sé si lo lograrás pero yo estaré a tu lado – se lo dije y nos fundimos en un abrazo.

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